Cosas que los ebooks permiten

Las experiencias con los libros electrónicos, por mi parte, no han podido ser más satisfactorias. No estamos hablando tanto de dinero, pues que es un mercado que, aunque en alza, sigue siendo en facturación todavía marginal respecto al papel. Esta vez y sin que sirva de precedente, hablamos de lo creativo y también de interrelación con los lectores. Por ejemplo, con motivo de publicar en amazon El espejo de Salomón, saqué durante dos días Los lugares secretos a precio O en la misma Amazon. El libro, mientras estuvo así se colocó en el número 1 de las descargas, y luego ha andado sobrenadando entre el puesto sesenta y el doscientos en ventas. Ha sido una experiencia curiosa.

Y el haber publicado esos dos libros en electrónico me ha llevado por fuerza a revisitarlos. Eso siempre para un escritor es algo muy particular. Reencontrarte con tu propia obra, llenarte de satisfacción a detectar ciertos logros y de insatisfacción también cuando encuentras algo que ahora haría de forma que consideras mejor. He revisado ambas novelas, tratando de ser fiel a mi principio de que la revisión no puede alterar de forma drástica la novela. No por una razón. Ahora soy escritor de una forma y entonces lo era de otra. Es casi como entrar en la obra de otro autor, el que tú eras antes. Y cuando eso ocurre no puede ir uno «a saco», para entendernos. Pero sí puede mejorar, añadir algo aquí, cortar algo allá, etc.

Y esta vez han sido las dos novelas. No: Los lugares secretos no es la continuación del Espejo de Salomón como me han preguntado muchas veces. Son dos thriller históricos y comparten algunos personajes. Incluso la protagonista del Espejo de Salomón, Alejandra Espinosa, es personaje secundario en Los lugares secretos. Pero aparte de lo dicho, los dos libros no tienen más en común que el deseo de hacer pasar buenos ratos de lectura a quienes acceden a ellos, no tramas, ni situaciones.

Los lugares de «Los lugares secretos» VI. El palacio Pittamiglio y la Quimera de Atlántida

En su viaje al Cono Sur, en Los lugares secretos, Jacobo Artola visita dos lugares fascinantes situados en Uruguay. Son los que aparecen en las fotos que acompañan a este post y de ellos cuento en la novela, muy de pasada:

«El Palacio Pittamiglio, el de fachada con forma de proa y Victoria alada, era obra de un arquitecto tan adinerado como excéntrico, Humberto Pittamiglio. La levantó en Montevideo a comienzos del XX, en la Rambla –el paseo marítimo-, la vía más larga de la ciudad. El interior del palacio es laberíntico y parece responder a claves alquímicas, arte arcana de la que el arquitecto Pittamiglio, prohombre del Uruguay de su época, era gran estudioso.

En cuanto al Águila, llamada en origen la Quimera, fue encargo de otro millonario extravagante, Natalio Michellezzi, y se encuentra en la localidad de Atlántida, al este de Montevideo, ya en la costa atlántica. Allí se refugiaba a leer y meditar. Lo curioso del caso era que, aunque edificada en los cuarenta, el edificio concitó en seguida toda clase de leyendas fabulosas. Unos decían que fue cubil de contrabandistas, otros que los nazis la construyeron durante la II Guerra Mundial, algunos que era obra de los supervivientes del crucero Admiral graf Spee, hundido por la flota inglesa en el Río de la Plata, en diciembre de 1941».

Es asombroso, ¿verdad? Un edificio tan reciente como la Quimera de Atlántida fue capaz de dar en seguida mitos sin ninguna base real sobre su origen y los motivos de su construcción. Mitos que todavía circulan. ¿Cómo no esperar que eso ocurra con edificios más antiguos o sobre los que tenemos menos datos? Supongo que la naturaleza humana es así. En todo caso ese nombre de La Quimera, no pudo ser más acertado, no.

Los lugares de «Los lugares secretos» V. Mar del Plata.

Si Jacobo Artola en Los lugares secretos viaja a Mar del Plata, es sobre todo por un capricho del autor, o sea un servidor. Lo reconozco. Conocí esa ciudad gracias a mi buena amiga Ana María di Cesare durante el invierno austral y me fascinó tanto su historia como su arquitectura, sus avenidas y ese Atlántico ya muy sur junto al que está. Volví al año siguiente, también durante el invierno austral, y justo a caballo entre esa ciudad y Buenos Aires acabé la redacción final de Los lugares secretos. Aquí les dejo un fragmento de la novela donde se menciona a la ciudad. Ah: si desean leer sobre Mar del Plata, no puedo dejar de recomendar el excelente libro de Fernando Fagnani titulado Mar del Plata, la ciudad más querida. Es difícil de encontrar, pero la búsqueda merece la pena.

Dice en la novela:

« Mar del Plata es una ciudad singular por su génesis, por su desarrollo y por los edificios que en tiempos albergó, muchos ya perdidos. Casi todas las poblaciones de la Pampa Húmeda, al sur de Buenos Aires, nacieron a la sombra de los fuertes contra indios, en cruces de caminos o en nudos ferroviarios. Pero Mar del Plata lo hizo de la decisión de empresarios que apostaron por una gran urbe en las costas del Atlántico Sur. Durante buena parte del XIX, no fue sino un saladero de pescado. Incluso su nombre era entonces otro. Pero con la llegada del tren inició un despegue fabuloso, propio de esas latitudes y épocas, donde la opulencia se codeaba con la miseria y se cumplía el mito de hombres enriquecidos de la nada.

A orillas del océano, brotaron como hongos hoteles de lujo para magnates, artistas y políticos de Buenos Aires. Los ingleses tenían zona propia, los obreros vivían segregados de los veraneantes y la historia de esa ciudad fue el retrato de un mundo ya pretérito de fortunas fabulosas y abismos sociales. Los veraneantes incluso se alojaban en áreas y hoteles distintos, según posición y fortuna. Paradigma de esa ciudad desaforada fue un hotel que era en realidad dos: la mitad del edificio estaba pintado de rosa, se llamaba Victoria y era para millonarios; la otra mitad era blanca, la conocían como Progreso y estaba destinada a clases menos opulentas.

Surgió una arquitectura fantástica, escaparate de la riqueza de sus constructores. Pintoresquismo marplatense se llamó, y llenó la urbe de mansiones de estilo suizo, alemán, inglés, normando. Una fiebre que llegó a las obras públicas, como atestigua la Torre del Agua, un depósito de agua levantado en 1943, en estilo Tudor y ahora un icono de la ciudad. Y todo codeándose con arquitecturas propias de comienzos del XX, como el neoclásico, eclecticismo, neogótico o Art Decó. Al parecer, alguna de esas construcciones fantásticas había llamado por algún motivo la atención de Jacobo».

Los lugares de «los lugares secretos IV». Los jardines del Capricho

Los Jardines del Capricho están presentes en más de una de mis novelas. Reconozco que me fascinan. Es sin duda el parque más bello de todo Madrid, y eso que Madrid tiene la suerte de tener parques muy hermosos. Un capítulo de Los lugares secretos se ambienta ahí y la elección, lo reconozco, fue sobre todo estética. Pero desde luego, un lugar tan rico en simbología y tan misterioso no podía faltar en esa novela.

Gente muy erudita ha estudiado y estudia la estatuaria, los edificios, la propia composición de los jardines. La creación de jardines se encomendaba en el siglo XVIII a personas que cuidaban hasta el último detalle de disposición. Algunos de ellos han desaparecido: se han cambiado estatuas de sitio, se han plantado y cortado árboles, etc. Y otros nos pasarían con frecuencia desapercibidos. Por ejemplo. Hay que entrar al interior del Pabellón de Baile, cosa que no es fácil, y abrir los ventanales para darse cuenta de que todo fue diseñado para que, con ese acto, las ventanas pareciesen de verdad cuadros. Es algo que les muestro en la foto que tienen a la derecha.

La foto de arriba a la izquierda es el archifamoso templete de Baco. Templete que, por cierto, en un principio era de Venus, pero luego las estatuas fueron cambiadas de lugar.

Pero no quiero liarme dando pormenores ni anécdotas sobre Los jardines del Capricho. Sería absurdo, habiendo tanta y tan buena documentación. Pasen por allí si pueden, no se arrepentirán. Eso sí, solo se puede visitar en sábado o domingo y con limitación de visitantes para evitar deterioro, o al menos deterioro excesivo.

Vayan, no se arrepentirán. Y no teman, no tendrán un encuentro tan difícil como el que sufre Claudia en la novela. Ah, por cierto, la última foto es también el Capricho. Se trata de una de las galerías del gran bunker subterráneo construido por la defensa de Madrid durante la Guerra Civil del 36. Se eligió el emplazamiento por su cercanía al aeropuerto de Barajas y por tanto, por contar con la protección de las defensas antiaéreas del mismo. Aunque no les hizo falta, porque los nacionalistas del general Franco jamás sospecharon de su existencia.

Pero lo dicho, que me lío. Vayan si tienen oportunidad. No se van a arrepentir. Si viven en Madrid, acudan. Si no, cuando la visiten, lo olviden incluir un paseo por ese lugar. Y si eso tampoco es posible, pues un vistazo a las excelentes galerías de fotos que hay en Internet les darán una panorámica del lugar. Distinta de la del paseo, pero igual de sugerente y con otros matices, los que solo la fotografía puede dar.

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Los lugares de «Los lugares secretos» III. La Gran Vía madrileña.

Como menciono en algún otro lugar, y creo que en su día comenté en alguna entrevista, la primera semilla de Los lugares secretos nació mientras caminaba por la Gran Vía de Madrid. Fue al levantar la cabeza y reparar, por algún motivo, en las cúpulas, los detalles arquitectónicos, la estatuaria fabulosa que adorna y corona a los edificios. Tener ante los ojos no es igual a ver. Y para alguien como yo, que nació y creció en Madrid, todo eso se acabó por volver invisible a fuerza de cotidiano.

La Gran Vía y la historia de algunos de sus edificios flota sobre parte de la novela. Se ha señalado (muchos lo hemos notado antes de haberlo leído y oído) el parentesco obvio entre la Gran Vía y el centro de Buenos Aires. No es extraño, ya que ambos son fruto de una época y unas tendencias arquitectónicas y estéticas concretas. Se mencionan algunos edificios de la Gran Vía en Los lugares secretos. Si eso les abre el apetito, que sepan que existen algunos buenos libros al respecto. Yo me permito recomendar dos de Carlos de San Antonio Gómez: El Madrid del 98 y El Madrid del 27. No están dedicados a la Gran Vía, pero dado que hablan de edificios emblemáticos de esas épocas, se recogen ahí algunas de las construcciones más señeras de esa calle.

Calle, por cierto, llamada Gran Vía, no por su anchura, sino en sorna. Llevaba tanto tiempo hablándose de ella, proyectándose la demolición de viejas manzanas para abrir la arteria, que la gente de Madrid, en chufla, comenzó a llamar al proyecto «la Gran Vía», de la misma forma que ahora nos burlamos de proyectos ridículos pero ampulosos calificándolos como «el Escorial».

Hubo que tirar hasta 40 manzanas para construir la calle. Se hizo en tramos y épocas, lo que queda reflejado en sus diferentes edificios, de estilos de épocas distintas. También tuvo que sobrevivir a épocas duras. Durante el asedio de Madrid, en la Guerra Civil, los nacionalistas del general Franco y sus aliados alemanes e italianos se ensañaron bombardeando la avenida. Sus edificios monumentales sobrevivieron y corre la especia de que los proyectiles disparados contra la Gran Vía no explotaban en muchos casos. Fallaban al detonar mucho más que si se lanzaban sobre otras zonas. Un misterio más. Aunque los hubo que sí explotaban, como se puede ver en las fotos que nos quedan de la época.

En fin. Merece la pena pasearse por la Gran Vía con otros ojos. Regodearse en los detalles. Alzar la mirada y disfrutar de esos lugares secretos del centro de Madrid. Ocultos a fuerza de estar siempre a la vista.

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Los lugares de Los lugares secretos II. Esfinges en Madrid

Introduje como elemento escénico en Los lugares secretos las esfinges justo por lo que un protagonista comenta en la novela: porque se encuentran bastantes esfinges por todo Madrid. Y hago aquí el inciso de que todo lo que aparece en esa obra sirve de elemento escénico. Tomé edificios reales, con detalles reales, y sus historias reales, a veces fabulosas, dignas por sí mismas de una novela. Pero toda la novela es ficción, las tramas ocultas también lo son y con las relaciones entre sitios, personajes y circunstancias ocurre otro tanto.
Es bonito, es sugerente jugar con todo eso. Y sí, si se pone uno a buscar, encuentra bastantes esfinges por todo Madrid. Es de suponer que su función es decorativa y no protectora. Que son elementos estéticos y no un resabio de viejas prácticas mágicas.
Aquí dejo un par de ejemplos de esfinges por Madrid que se mencionan o aparecen en Los lugares secretos. He obviado a las quizá esfinges más famosas de la ciudad, las que custodian la entrada del Museo Arqueológico, que de entrada no son esfinges sino querubes o algo parecido: espíritus protectores de la antigua Mesopotamia.
El primer ejemplo está en las esfinges en piedra blanca del palacio de Liria. Invito a fijarse en ellas. Son distintas y coronan los pilares que sostienen los enrejados del jardín. La próxima vez que pasen por la calle Princesa –los que vivan en Madrid o la visiten, claro- dense unos segundos y mírenlas.
El segundo caso que he querido poner aquí son las esfinges que guardan la Exedra, en los Jardines el Capricho. Esos jardines ocupan un capítulo de la novela y ya volveremos sobre ellos. Pero de momento nos quedamos con estas estatuas. Son de plomo pintado y se restauraron hace poco. De hecho la Exedra está incompleta porque le falta alguna que otra estatua original que ahí estaba. Hace no tanto el Ayuntamiento de Madrid tuvo la oportunidad de recuperar tales estatuas, pero se negó a pagar la suma que le exigían. No lo hizo cuando luego se han desembolsado fortunas en verdaderas tonterías. Pero lo del Ayuntamiento de Madrid y el dinero es ya una historia de miedo que no está incluida en la novela…

 

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Los lugares de «Los lugares secretos» I: Un ángel cayendo

Madrid tiene fama de ser la única ciudad con una estatua al diablo, aunque en realidad es a Lucifer en el momento de, tras su rebelión y derrota, ser arrastrado al abismo y convertirse en demonio. Por eso está representado en forma de ángel y la obra se llama «El ángel caído».

Pero Madrid cuenta también con otra curiosa estatua de un ángel cayendo. Aunque esta es mucho más moderna y se titula en realidad «accidente aéreo». Está en el centro de la capital, en la confluencia de la calle de los Milaneses con Mayor y representa a un ángel que se desploma tras chocar contra alguno de los rascacielos de lo que hace años se convirtió ya en urbe enorme. Enorme al menos para lo que era Madrid en tiempos.

Se menciona a esta estatua en Los lugares secretos. Es de pasada y como ilustración de la estatuaria fabulosa que puebla los techos de Madrid y que tanta importancia tiene en la novela.

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