Reyes desnudos

Gritar que el rey está desnudo

Reyes vestidos

Hay veces en las que no nos queda otro remedio que actuar como si el rey estuviese vestido, y eso es lo que acaba de ocurrirnos a los españoles en conjunto. Porque, casi durante dos semanas, casi todos hemos actuado como si el niño Julen Roselló estuviese vio, aunque sabíamos que era imposible que así fuese. En el caso de que hubiese sobrevivido a la caída —cosa posible de haber descendido rebotando contra las paredes—, tras tantos días ahí abajo, habría muerto de asfixia, deshidratación o frío. No importaba. Había que bajar. Era lo que tocaba, aunque las posibilidades fuera una entre millones y el gasto resultase enorme.

Otras veces ya no es cuestión de simular, sino de simples estrategias de supervivencia. Muchos consideramos que el alma no existe, que no es más que una fantasía de los antiguos. Y también aceptamos que el Yo es otra fantasía más moderna; un constructo para dotarnos de identidad propia. Pero debemos desenvolvernos de alguna forma en la existencia y, aunque intelectualmente aceptemos que nada de eso existe, nos desenvolvemos como si fueran reales. No es solo que cuesta digerir que somos tan coyunturales como un programa dentro de un ordenador. Es que, además, es difícil que el espejismo asuma que no es más que eso: un espejismo.

Hay muchos casos más. Sabemos que el amor no es más que una suma de procesos químicos. Pero eso no quita para que en ocasiones el amor nos haga volar. Y que todo sea una cuestión de dopaminas y serotoninas no mitiga un ápice la pena cuando nos toca transitar por las fosas del desamor.

Y reyes desnudos

Ahora bien, hay veces que es obligado decir que el rey anda desnudo. Y no basta con decirlo, sino que hay que hacerlo de la forma adecuada. Por ejemplo, a la hora de denunciar todo el circo indecente que han montado los medios con la búsqueda del niño caído en el pozo, y no digamos tras aparecer el cadáver.

Recuerdo que hace décadas, cuando con motivo del asesinato de las niñas de Alcasser, se emitieron programas tan inmundos que provocó reacción popular en contra. Entonces se habló de que en nuestra sociedad se había producido una catarsis que llevaría de forma inevitable a un saneamiento de los medios. A la vista está que no es así.

Todo lo más, algunos más espabilados han sabido refinar sus ofertas de programas carroña para disfrazarlos mejor de información. Pero todo esto sigue siendo un avatar del circo romano. O miento, porque al menos los gladiadores podían ganar fortuna y fama, mientras que todo esto son espectáculos a costa de la sangre y las lágrimas de víctimas que nunca quisieron participar de ello.

Reyes desnudos y pueblo callado

A mi juicio, en estos casos, estamos obligados a decir que el rey está desnudo. Y no debemos hacerlo vociferando indignados, porque entonces nos convertimos en parte de espectáculo. Los responsables de todo esto alega que es «lo que la gente quiere». Mentira. Esto es un sistema de dos serpientes que se muerden las colas y que, en vez de tragarse, se engordan mutuamente. Una de las serpientes son los medios que dan lo que el público demanda, sí, pero a la vez malean el gusto de ese público, educándolos para consumir eso. La otra serpiente es la de ese público que pide más y más basura sangrienta y que, por tanto, realiza una selección negativa en la que solo sobreviven esos medios capaces de producir más basura de esta.

¿Y qué se puede hacer para romper un círculo así? Pues lo ignoro. Pero sí sé que tal vez un paso necesario es que todos digamos claro que el rey está desnudo. Que lo enunciemos sin alterarnos. Y, si puede ser, como el niño del cuento, hacerlo riendo. Porque, si hay algo que no merecen estos vendedores de dolor ajenos es respetabilidad. Ni un ápice. Ni siquiera esa oscura que acompaña a veces a los malvados.