Buen Sol Invicto

El sol del Tarot de MarsellaYa que un año más estamos en Navidades, me permito dejaros un modesto regalo. Regalo en el sentido de que quizá lo que cuento aquí le sirva a alguien para algo o, de no ser así, al menos pueda entreteneros un rato.

Veréis: ocurre que los humanos somos animales sociales. Lo somos todos, excepto los psicópatas, que vagabundean solitarios por entre la humanidad. Pero, excepto esas anormalidades carentes de empatía —que nacieron así, por otra parte, y no eligieron ser de esa forma— el resto somos permeables a nuestro tiempo y al entorno. Los tópicos ambientales afectan a unos más que a otros, a algunos antes y a otros después, y calan en cada cual a una profundidad distinta. Pero a todos nos acaban por tocar de una forma u otra.

Y hace ya mucho que, en nuestra sociedad, la Blanca Navidad anda tiñéndose cada vez más del gris de la tristeza. En estas fechas, muchos echan de menos a los que ya no están y vuelven al recuerdo de épocas más felices y compañías que no volverán. Es algo que viene siendo contagioso, porque la gente se desahoga contando lo que les pesan en el alma las navidades y eso hace que a otros acabe por ocurrirles lo mismo. Viene siendo epidémico y, de esa forma, las navidades son para muchos tiempos tristes.

¿Y cómo no impregnarse uno mismo de todo ello? Según sumas años, cada vez tienes más en tu historia personal los huecos de quienes se han ido y echas de menos. Algunos se han ido literalmente, porque las personas mueren. Y hay otros que están lejos o de los que te has distanciado. Y, por lo dicho de que somos seres sociales, tú también te acabas por contagiar de lo dicho y, al final, en navidades, revolotean a tu alrededor los fantasmas del pasado.

No tengo nada contra el entregarse de vez en cuando a la melancolía y las añoranzas. Pero sí que me niego a que las navidades se conviertan a mi pesar en un anclaje, en un punto gatillo que, al llegar las fechas, dispara sentimientos grises y pensamientos negros. Y yo, en ciertos temas, no me complico para nada la vida: cuando algo no me gusta, lo cambio.

No voy a luchar contra una marea social, eso desde luego; mi prepotencia no llega a tanto. Pero sí puedo cambiar el significado de estas fechas para mí. Y esto es lo que estoy trabajando por segundo año consecutivo. Y así es como lo he hecho:

Como muchos saben, la Navidad no es más que el penúltimo avatar de una celebración muy antigua que se ha ido perpetuando a través de diversas fiestas sucesivas, de significados distintos según el tiempo y la cultura. La actual Navidad desciende de las Saturnalias romanas, que eran época de jolgorio y, sobre todo, de la fiesta del Sol Invicta, instituida por el emperador Aureliano.

Eso no importa mucho. La fiesta está ahí, se da en multitud de culturas y celebra los hitos astronómicos que tienen lugar el uno muy cerca del otro. El primero es el Solsticio de Invierno, en el que el sol alcanza en el hemisferio norte su declinación más baja y comienza a remontar grados en el cielo. Eso es el 21 de diciembre y, la noche del 24 al 25 marca el momento del Perihelio, cuando el Sol y la Tierra están más próximos, no importa que ya se produzca en realidad en otra fecha.

Bueno, pues yo, en esa balumba de tradiciones diversas, me quedo con la fiesta del Sol Invicto. Pero no os espantéis ni sonriáis, que no me he vuelto paganizante. Tiendo a lo ateo; tiendo, porque no del todo. El Sol Invicto, creado por un emperador guerrero, celebra el Renacimiento del Sol. El momento en que, tras una larga caída, el Sol comienza a remontar en el firmamento. Es fiesta de resurrección, de redención, de resurgir de las cenizas y las derrotas, de cobrar fuerzas. Celebra el valor, la determinación de levantarse, no importa cuán bajo o duro pueda uno caer a veces.

Es el festival del coraje. Y yo me quedo con eso. La Fiesta del Sol Invicto no celebra ninguna victoria sino el no dejarnos derrotar ni siquiera por nosotros mismos. Eso es lo que me he decidido a celebrar y, aunque me rondan los fantasmas ya no me entristecen. Este año ya no, pero puede que el que viene, por estas fechas, invite a algunos amigos a celebrar conmigo todo eso: que estamos vivos, que no nos dejamos acobardar, que somos capaces de levantarnos y que estamos dispuestos a disfrutar de lo que nos ofrezca la vida, dure esta lo que tenga que durar.

Este, amigos, es mi diminuto regalo por si a alguien le sirve para cambiar el chip y para aventar ese gris niebla que en el imaginario popular de muchos han ido sustituyendo, en estas fechas, al blanco de la nieve.

Recuerdo una frase que me dijeron que es de Freud, que «solo en la oscuridad podemos volvernos brillantes» y os deseo un Buen Sol Invicto.