Canción del Conde de Cifuentes, estando cautivo, a su mujer

La que tengo no es prisión,

vos sois prisión verdadera:

ésta tiene lo de fuera,

vos, señora, el corazón.

 

Esta me tiene forzado

tanto cuando Dios quisiere,

Y vos, señora, de grado,

cautivo mientras viviere;

de ésta, libertad se espera

y en vos no hay redención

pues que sois la verdadera

cárcel de mi corazón. 

 

 

P. D. Este es el poema que Alonso de Silva, conde de Cifuentes, le dedicó a su esposa, estando prisionero de los moros de Granada, entre 1483 y 1486.

 

 

 

La caricia perdida

Se me va de los dedos la caricia sin causa,

se me va de los dedos… En el viento, al pasar,

la caricia que vaga sin destino ni objeto,

la caricia perdida, ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,

pude amar al primero que acertara a llegar.

Nadie llega. Están solos los floridos senderos.

La caricia perdida, rodará… rodará.

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,

si estremece las ramas un dulce suspirar,

si te oprime los dedos una mano pequeña

que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,

si es el aire quien teje la ilusión de besar,

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

en el viento fundida, ¿me reconocerás?

Alfonsina Storni

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,

Que son dos hormigueros solitarios,

Y son mis manos sin las tuyas varios

Intratables espinos a manojos.

No me encuentro los labios sin tus rojos,

Que me llenan de dulces campanarios,

Sin ti mis pensamientos son calvarios

Criando cardos y agostando hinojos.

No sé que es de mi oreja sin tu acento,

Ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,

Y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento

Y la olvidada imagen de tu huella,

Que en ti principia, amor, y en mí termina.

Miguel Hernández

 

 

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.» 

El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 

En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo. 
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

Pablo Neruda 

Romance de la pena negra

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya,
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
-Soledad, ¿Por quién Preguntas?
sin compaña y a estas horas?

-Pregunte por quien pregunte,
dime, ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
-Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
-No me recuerdes el mar
que la pena negra brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
-¡Soledad, qué pena tienes!
¡qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de  boca.
 -¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Soledad, lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

 

Federico García Lorca  

No es el Amor quien muere

No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
 
Inocencia primera
abolida en deseo,
olvido de sí mismo en otro olvido,
ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desapareceréis un día?
 
Sólo vive quien mira
siempre antes sí los ojos de su aurora,
sólo vive quien besa
aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.
 
Fantasmas de la pena
a lo lejos, los otros,
los que ese amor perdieron,
como un recuerdo en sueños,
recorriendo las tumbas
otro vacío estrechan.
 
Por allá van y gimen,
muertos en pie, vidas tras de la piedra,
golpeando impotencia,
arañando la sombra,
con inútil ternura.
 
No, no es el amor quien muere.
 Luis Cernuda
 

 

Ven Muerte…

 

Ven, muerte, tan escondida
que no te sienta conmigo,
porqu’el gozo de contigo
no me torne a dar vida.
 
    Ven como rayo que hiere,
que hasta que ha herido
no se siente su ruido,
por mejor hirir do quiere.
Assí sea tu venida;
si no desde aquí me obligo
qu’el gozo que havré contigo
me dará de nuevo vida.
 

Comendador Escrivá (1475-1525)
 

Absoluta

Subió a los infiernos y está sentada 

A la diestra de sí misma 

Tiene en la mano empuñada

Una pluma

Y no sonríe ni espera la resurrección de un muerto. 

Ana María Rodas            

Una categoría de poesía muy particular

En las artes rige una variante del Principio de Peter, aquel que dice que la gente asciendo siempre hasta su máximo nivel de incompetencia. Eso es en las empresas. Pero el mundo está lleno de buenos actores empeñados en ser cantantes mediocres, buenos cantantes metidos a actores pésimos, buenos escritores convertidos en directores de cine infumables… Así que no teman, que no trataré de colocar aquí poemas que, por otra parte, no escribo.

            Dicen que además de procurar ser bueno en todo lo que uno hace, uno ha de procurar hacer aquello en lo que, por naturaleza, es bueno. Y nunca he tenido talento alguno para la poesía. No sólo para escribirla, cosa que es bastante normal, sino tampoco para leerla siquiera. Yo ya me había acostumbrado a ello, la verdad; es cuestión de la naturaleza de cada uno. Pero hubo alguien, alguien a quien yo quise mucho, que se empeñó en que eso no tenía que ser por fuerza así y que se prometió que, en su momento, me enseñaría a disfrutar de la poesía. Esa promesa no podrá cumplirse ya, y no por culpa suya ni mía precisamente.

            Puede que por eso he tratado de leer en estos últimos tiempos un poco de poesía. La red está llena de sitios de entusiastas de este arte, que cuelgan los poemas que más hermosos les parecen. Así que la gente como yo no tiene sino que acudir a parasitar en esas selecciones. En esta categoría de Poesías no trataré por tanto, como ya he dicho, de endilgar ripios de mi propia factura, sino colgar los poemas a los que mi limitado paladar haya encontrado buen sabor. Algunos de ellos serán de los recogidos por aquella persona de la que hablaba antes, que se empeñó en curar mi miopía poética – conociéndola, lo hubiera conseguido-. Otros serán de otras cosechas. Muchos, cuando los cuelgue, lo serán porque, de hecho, se los dedico a ella, en la medida en que algo ajeno se puede dedicar. No todos, quede claro, pero sí muchos de ellos. De hecho, esta categoría ha sido creada un poco pensando en ella. Hubiera puesto el grito en el cielo de haber encontrado que faltaba precisamente en mi bitácora.