Mi biblioteca en Utah y yo en Madrid

Dicen que una buena novela no debiera nunca comenzar por el principio de la historia ni acabar en su final. Suscribo esa regla del oficio, que es muy sabia y muy eficaz. Pero esto que escribo aquí no es una novela. Así que en este caso sí que comenzaré por su principio, porque lo tiene.

Ese principio está en el día en que busqué durante horas un libro entre muchos guardados en cajas. Esas cajas están (estaban) en el garaje de la casa de mis padres. Y ese día, al abrir una de tales cajas, descubrí disgusto que algunos volúmenes se estaban deteriorando por culpa de la humedad y los insectos. Ejemplares de tal vez cuarenta años de antigüedad que ya estaban sobados cuando los compré en su día de segunda mano.

Bibloteca volanteEn esas cajas guardaba yo buena parte de mi colección de ciencia-ficción, fantasía y terror. Fui empedernido lector de esos géneros durante décadas y acumulé un gran número de libros. Y ya saben cómo es la vida. A lo largo de los años uno vive mudanzas y se desprende de parte de su pasado, y otra parte la mete en cajas.

Durante tal vez una década, fui regalando un buen montón de libros de género fantástico, pero aun así me quedaba una colección notable. Libros difíciles de encontrar, revistas y fancines, algunos muy antiguos y de los que solo se publicaron unas decenas de ejemplares. Y no iba a dejar que todo eso se siguieran deteriorando así.

No soy bibliómano avariento -¿Cómo lo llamarían ahora? Supongo que bookaholic-. Por tanto, si no podía darles sitio en mi casa, si no iba a leer muchos de ellos nunca más de nuevo, lo lógico era donarlos. E inocente de mí, me puse manos a la obra seguro de que la cantidad de volúmenes y la rareza de bastantes ejemplares despertaría de inmediato el interés de las administraciones públicas competentes.

Claro está que me equivocaba. Hablé en su día con un responsable de bibliotecas de la Comunidad de Madrid. Se mostró entusiasmado, le pareció una gran idea crear una biblioteca de ciencia-ficción y fantasía en España. Se despidió efusivamente. Y nunca más me volvió a coger el teléfono. Durante cinco años lo estuve intentando en varias comunidades autónomas, a través de contactos casi siempre, que es como se hacen las cosas en España. También en varias poblaciones. Siempre sin éxito. Aunque he de aclarar que hubo lugares pequeños que sí se interesaron de verdad, pero por A o por B les era imposible hacerse cargo de la biblioteca.

Y así cinco años.

Hace un par de meses volví por última vez a la carga. Un concejal de una formación de nuevo cuño, en un pueblo de la sierra madrileña, hizo la gestión. Lo intentó pero no pudo ser porque los libros no cabían en la biblioteca local. También se interesaron unos vocales vecinos de esa misma formación en uno de los distritos de Madrid Capital. Por desgracia, el grupo municipal de esa formación pasó del asunto como de comer alfalfa. Será que es más interesante recriminar a la alcaldía por abrir bibliotecas sin libros que mover el trasero para procurar esos libros.

Pero no nos alarguemos. Quiso el azar que en esos días estuviese de paso por Madrid un profesor de hispánicas de una universidad de Utah, especialista y enamorado de la ciencia-ficción. Tramamos contacto hace unos años, cuando se interesó por uno de los relatos que incluí en mi antología Besos de alacrán. Mientras tomábamos un café, no sé por qué salió la cuestión y yo, claro –la cabra tira al monte- me explayé a gusto sobre la burrez de nuestros cargos electos y designados. Él me escuchó, perplejo ante la desidia de los administradores públicos españoles.

Luego me preguntó si estaría dispuesto a enviar todos esos volúmenes a Utah, a su universidad. Aquello me descolocó de entrada, lo admito. Luego me lo pensé unos segundos. Y después dije que sí.

BibliotecaPor supuesto que sí. Verán: yo no soy nacionalista. Yo soy ciudadano de la galaxia y las unidades espacio-temporales de menor envergadura –sistema solar, planeta, continente, país, región, ciudad, barrio- son solo patrias chicas por las que siento mayor o menor afecto. Y entre que mi biblioteca estuviese cuidada y valorada en los Estados Unidos (o en Noruega, o en Sumatra) o que se quedase pudriéndose en un garaje de Madrid, por culpa de que nuestra clase política no se interesa en el fondo por nada que no le sirva para ganar o mantener poltronas, la elección estaba clara. A Utah.

Y ahí está ya, amigos míos. Según mis cuentas a bulto, más de ochocientos libros y más de 200 revistas y fancines. Entre todos ellos, ejemplares como la primera edición en español del Señor de los Anillos, una edición de los años 20 de la Atlántida, de Pierre Benoit, la colección completa de quiosco de Orbis, fancines del tipo Fan de Fantasía, Maravillas o el Combocine que se publicó solo para los asistentes (ciento y poco) a la Hispacón de 1977…

Es curioso pero, mientras llenaba la última caja, entre los volúmenes postreros estaban novelas de Jack Vance y de Iain Bank. Dos autores de cf que han muerto hace unos días. Yo guardaba sus libros para enviarlos al otro hemisferio y ellos partían hacia mundos muy lejanos. Pueden apreciar el detalle en la foto. Curioso, ¿verdad?

Reconozco, mientras guardaba todo eso y mucho más en cajas, que sentí cierta congoja. Sabía que se iban hacia un destino mejor, por supuesto. Pero a mi manera, sentí con mis libros y revistas algo parecido a lo que deben sentir algunos padres en estos días al ayudar a sus hijos a hacer la maleta para irse a Argentina, Noruega o Alemania. Que se van hacia un futuro en el extranjero que en su propia patria le niegan.

Pero ya pasó. Los libros están a salvo en los Estados Unidos y están siendo clasificados para darles el lugar que se merecen. En estanterías de una biblioteca, a disposición del público y los estudiosos. Que no es más que el lugar al que tienen derecho, el que corresponde a los libros.

Magia de ver cine

AguirreMe crie en un tiempo en el que acudir a los cines era casi un rito social. Y es que allá por los 60 y buena parte de los 70 todo era muy distinto, aunque ya se nos haya olvidado.

En Madrid capital había en esa época más de 300 cines y, sin embargo, la oferta de películas era menor a la de ahora. Los cines seguían un escalafón que iba desde los de estreno hasta los de sesión doble y continua (los llamados «piperos») y que pasaba por peldaños intermedios de nombres a veces pintorescos, como los de «riguroso reestreno de zona». Las películas se estrenaban en muy pocas salas y se tiraban ahí meses y meses antes de bajar a los cines de nivel inferior. La gente hacía colas kilométricas para ver las cintas de más éxito y, por supuesto, la reventa era un negocio harto lucrativo.

La nuestra era una sociedad menos pudiente y, desde luego, menos volcada al consumismo ciego. Uno se pensaba a qué películas iba, y qué libros o discos compraba. Se lo pensaba por el desembolso que suponía y porque consumir productos culturales como el que se zampa al paso una hamburguesa –fast food, fast culture– no existía.

Los productos culturales eran escasos y valiosos. Acceder a ellos no se veía como un acto banal. Ese acceso de hecho solía estar lleno de rituales.

Llegar a casa y poner el disco recién comprado en el Rastro o en Toni Martin. Recogerse para abrir el libro –de primera, segunda o quinta mano- adquirido tras mucho huronear por las mesas de la Cuesta de Mollano. Acomodarte en la butaca cuando las luces del cine se apagaban y comenzaba la proyección.

Ojo, que eso no implica sacralidad. No había respeto alguno por las películas en esa época, al menos en los cines piperos. Oías murmullos, chasquido de cáscaras de pipas, burbujear de gaseosas, recrujir de papel de bocadillos. La gente era tan formal en el cine en esos años como el público del siglo XVIII en las óperas. O sea, se comportaban como si estuvieran en una parrillada. Los padres reñían a los hijos y estos a su vez se peleaban entre ellos, los bebés lloraban y los chistosos vociferaban gracietas a costa de lo que pasaba en la película. Solo había contención (aunque no sosiego) en la «fila de los mancos».

Y pese al guirigay, la magia estaba ahí. Magia. ¿En qué consiste esa magia? Bueno, yo solo puedo hablar de mi caso. Verán: a mí los libros, las canciones, las películas que consiguen engancharme me producen placer. Así de simple. Y no hablo de «placer intelectual». A mí las metáforas brillantes o los encuadres perfectos me impresionan tan poco como las posturitas del Kamasutra. Hablo de que leer, escuchar o mirar esas obras desencadenan en mí torrentes de sensaciones y emociones.

En el caso del cine, puedo recordar docenas de veces que eso me ocurrió estando sentado en la oscuridad de una sala.

encierroMe acuerdo de una vez en la calle Cedaceros. Disculpen que no esté seguro de su nombre -¿Podría ser el Bogart?-, pero seguro que era una sala que proyectaba sobre todo cine minoritario. Acudí una tarde a ver una película alemana, en versión original subtitulada. Aguirre, la cólera de Dios. Me atrapó desde la primera escena. Esa en la que una columna interminable de conquistadores españoles e indios andinos bajan por los Andes a borde de abismos, con sus picas y arcabuces, con las piezas de los cañones a cuestas. Envueltos en nubes y arropados por la música de Popol Vuh.

Recuerdo también una noche años después, cuando fui con una amiga a la proyección de Baraka. Juraría que fue en los cines Renoir. Baraka es un documental sobre parajes en los que el encuentro de los humanos con la naturaleza ha creado belleza y no devastación. Me ganó con esa primera escena monos de montaña junto a aguas termales que humeaban en mitad de la nieve. Y ya no me dejó hasta los títulos de crédito.

Ahora, muchos años más tarde, he vuelto a sentir esa misma magia y con igual fuerza que otrora. Dejen que trate de contárselo.

Hace un par de días, tuve la suerte de ser invitado a un pase previo de Encierro, un documental sobre los sanfermines. Los sanfermines. Bueno. Creí que iba a ver un reportaje (con todos mis respetos hacia los reportajes) y me encontré con una película. Con formato de documental, pero película. Fue impresionante. Así como los antiguos artistas chinos crearon jarrones Ming a partir del barro, aquí el director ha tomado un festejo que es parte del acervo cultural español para crear una obra que es capaz de dejarnos a nosotros mismos, españoles, con la boca abierta.

Un amigo director, Pedro Luis Barbero, me decía al salir que en Encierro habían convertido a las personas –corredores españoles y extranjeros- en personajes. Es cierto. Y la propia Pamplona, o al menos las calles por donde discurre el encierro, es también otro personaje. Lo es gracias al uso del 3D y de cámaras cenitales que siguen a los corredores en su recorrido y que dan escenas antológicas.

Esta película me ha abierto los ojos respecto al uso del 3D. Que digan algunos que es artificio comercial sin valor artístico. También decían eso del cine sonoro primero y luego del cine en color.

Aquí le sacan partido. A eso, a la música, a los planos, al manejo de los tiempos… Son impresionantes esas imágenes cenitales de calles abarrotadas de corredores o esa en la que llevan la efigie de San Fermín hacia su hornacina y cómo los que se disponen a correr, al paso, la rozan con los dedos o la besan con reverencia.

BarakaPero bueno. Como no soy especialista en cine, no trataré de hacer crítica. Solo soy un espectador. Uno de los que pagan las entradas, por otra parte. Lo que quería contar es que he tenido de nuevo la suerte de que me rozase el otro día la magia de ver cine, luego de bastante tiempo. Y he querido compartirlo con ustedes.

De paso me he reconciliado con el cine español –director holandés, producción española-. El cine español no está muerto ni K.O. Ocurre que por él andan sueltos algunos zombies destartalados y macilentos que lanzan bocados a todo lo que se menea. Pero hay supervivientes, aunque no lo parezca a simple vista.

De verdad. Deseo a Encierro la mejor de las carreras comerciales. Necesitamos iniciativas como esta. Y necesitamos que funcionen. Necesitamos de este cine en nuestro país y no de ese otro hecho de carne muerta mantenido de forma artificial.

 

Aclaraciones postreras para Nativos Digitales.

 

Cines piperos. Cines de barrio. Formaban la base de la pirámide de exhibición. A ellos llegaban las copias ya en condiciones deficientes, llenas de rayas y de cortes. Solían funcionar en sesión continua y doble.

Sesión continua. Era aquella en la que se proyectaban las películas sin interrupción. Las butacas no estaban numeradas y uno entraba en cualquier momento, se sentaba en cualquier lugar libre y podía ver las películas las veces que quisiera, hasta el último pase.

Sesión doble. Aquellas en las que se proyectaban dos películas.

Fila de los mancos. Las filas laterales y más próximas a las paredes, separadas del grueso del patio de butacas por los pasillos. Llamadas así porque ahí se sentaban las parejitas que, faltas de casa propia, se contentaban con magrearse al amparo de la oscuridad de la sala.

Paisaje con aves

2013-06-21 18.22.06Tomábamos una copa en una terraza después de la paella y la sobremesa. Estamos hablando del barrio de Hortaleza. Y de repente ahí, a la mesa, a la caza de las migajas de las patatas fritas acudieron los gorriones. Los gorriones, esos pajaritos tan tímidos; al menos si se les compara con otros como las palomas, bien calificadas como «ratas con alas». Y es que los pobres gorriones están pasando mucha hambre en algunas zonas de Madrid. La culpa la tiene una especie de aves importadas: las cotorras argentinas.

Aquellos que no sufren la plaga de cotorras en sus barrios tal vez no se han fijado en su proliferación de algunas áreas de la ciudad. Pero lo cierto es que esos pájaros bonitos, verdes y exóticos llevan tiempo colonizando parques enteros de Madrid. Llegaron como aves de importación y medraban en cautividad sin causar problema alguno. Pero tuvo que llegar hace unos años el inevitable majadero y soltar una pareja de ellas en un campo de golf, o eso he leído en un periódico. Y, como los conejos en Australia, proliferaron más allá de lo soportable.

Ahora son alguna plaga en lugares y están desplazando a especies autóctonas. Por ejemplo a los pobres gorriones. Así que no me extrañó la desesperación con la que se lanzaba sobre los trocitos de patatas fritas, no importa que estuviese a dos palmos de nuestras manos. Después de todos los humanos comen pájaros. Pero como diría el torero, más cornadas da el hambre.

Cuando era un chaval, reconozco que maté muchos gorriones con la escopeta de balines. Nos los comíamos en fritadas. Ahora ya no sería capaz de hacer esas cosas. No es que me considere mejor, pero con los años he cambiado. Y a una pizca de compasión me movió el ver lo famélico de sus pajaritos sobre nuestra mesa ayer. Tanto que dismigajé algunas patatas y les arrojen las pistas para que se alimentase siquiera un poco.

cotorrasEsta tarde pasaba por uno de los parques y quizá porque el incidente estaba reciente me fijé en que había bastantes cotorras. También fue consciente de su escandalera en la espesura de los árboles. Ahí en la segunda foto tienen algunas de ellas en su recién conquistado territorio. De momento son las vencedoras. De momento. Hasta que alguien se canse de su presencia y decida lanzar una campaña de exterminio contra ellas, claro.

En esto de la evolución y los nichos ecológicos, no hay vencedores definitivos. Sólo triunfantes temporales. Hasta nosotros estamos entre los segundos, aunque no nos guste recordarlo. Cierto es que no hay nadie capaz de lanzar un exterminio contra la plaga que representamos. Pero tampoco es necesario. A juzgar por los datos y las cifras, nosotros somos nuestros propios exterminadores y de hecho parece que la campaña de limpieza ya ha empezado.

Adiós al rey de la maravilla

Hace unos días nos dejó uno de los grandes maestros de la ciencia-ficción. Las palabras «grande» y «maestro» se usan con excesiva alegría al hablar de escritores, sobre todo si estos acaban de morir. Pero en el caso de Jack Vance son esas dos, juntas, las que mejor le cuadran. Ha muerto casi con cien años y con una obra extensa a sus espaldas, tanto en el campo de la novela de misterio como en el de la ciencia-ficción, que es por el que será recordado.

Los habrá que dirán que como escritor tenía sus limitaciones y defectos. Es cierto: los tenía. Pero a cambio sus logros son en algunos casos de talla excepcional. Y aquí tanto me da que los «puristas» puedan torcer el gesto. Verán: vivimos en una cultura en la que, por alguna razón, se supone que la excelencia literaria reposa sobre el estilo. Y a su vez el estilo se considera tanto más excelso cuanto más dado sea a las florituras. Es un criterio impuesto a machamartillo por los grandes críticos (grandes según ellos y los círculos a los que pertenecen).

Bueno. Yo soy de los que niegan la mayor.

El estilo es uno de los pilares de la literatura, pero no es su piedra angular, si es que esta existe. Su valor está en función de la capacidad que tiene de trasmitir al lector aquello que el autor quiere contar o evocar. El preciosismo en el estilo puede epatar, puede ser espectacular. Pero ese preciosismo no hace buena a una obra ni define a un gran escritor. Es como en el cine: una fotografía preciosa no hace por sí misma buena a una película.

Jack Vance abrió una nueva senda en la literatura y a lo mejor no somos conscientes de ello. Gracias a él, el wonder sense tomó un significado nuevo. Wonder sense. Un término que se acuñó en época bastante temprana de la ciencia-ficción y que definía el prodigio, la novedad, la extrañeza que acompañaba a las historias de ficción interplanetaria, rebosantes de mundos ignotos, razas galácticas, monstruos y portentos.

Con Jack Vance, el wonder sense se convirtió en todo un recurso literario, algo buscado y cultivado. Y si la ciencia-ficción no hubiera sido considerada un género menor por buena parte de la literatura, así se lo habrían reconocido hace tiempo.

En sus space-operas, Vance exploró y explotó un recurso inédito o casi inédito: buscar trasmitir sensaciones de extrañeza, de ajeno, de otredad. Fue una vuelta de tuerca, una evolución de esas sensaciones que nos trasmitían las primeras novelas interplanetarias o las de género exótico. Ahí donde narradores previos aportaban detalles chocantes que provocaban esas sensaciones, Jack Vance lo convirtió en un recurso literario al servicio de la narración. Solo por eso merecería su lugar en la historia de la literatura, aunque fuese en forma de anotación al margen.

En fin. Ya hemos comentario que vivió una vida larga y fue escritor prolífico. Pero esta no es una necrológica. El que quiera conocer pormenores de la vida y obra de Jack Vance puede encontrarlos en la Red. Yo no es necesario, a la muerte de un autor, glosar lo que ya está disponible en Internet hasta la saciedad. Es mejor algún apunte algo más personal.

Por uno de esos extraños azares de la vida, supe de la muerte de Jack Vance justo cuando estaba embalando mi biblioteca de ciencia-ficción y fantasía. Y justo esa tarde había guardado el primer libro de Vance que tuve jamás entre las manos. Lo saqué de la caja y ahora está aquí, sobre mi mesa. Se trata de Los valerosos hombres libres (The brave free men) y recuerdo muy bien las circunstancias de su adquisición. Lo encontré en una mesa de segunda mano, en la Cuesta de Moyano. La edición era la de Bruguera Libro Amigo y ni el título ni la ilustración tenían nada que ver con su interior. La segunda porque era la de un hombre primitivo con lanza observando una nave espacial posada en el desierto. El primero porque rezaba CIENCIA FICCIÓN Selección 29. Había que ir a la contra para saber que era la segunda parte de una trilogía. Cosas de la edición de la época.

Pese a ser una segunda entrega, me la llevé. Y no me arrepentí. Encontré algo totalmente nuevo en las aventuras de Gastel Etzwane a lo largo del país de Shant y sus cantones de microculturas a cada cual más exótica. Después, a lo largo de los años, fueron llegando muchos más títulos de Vance, unos excelentes, otros no tanto. Reconozco que su lectura me ha dejado un poso muy importante. En sus páginas aprendí algo como lector, la misma lección que tarde o temprano aprende el viajero. Se dice que a menudo importa más el camino que el destino. En muchas novelas de Vance ocurre igual. Es secundario el desenlace y quién es el traidor –uno de sus temas recurrentes- es un tema menor. Importa ese tránsito por páginas llenas de maravillas y sensaciones.

Se ha ido un autor único y lo ha hecho cuando ya su producción estaba cerrada. En tal sentido, el tiempo ha sido bueno con él. Nos deja historias impagables y solo puedo desear que su tránsito le lleve a mundos nuevo bajo soles lejanos, tal como él nos llevó a nosotros con la imaginación.

 

Marcianos en Barcelona

2013-04-29 11.41.43Regreso del mercado de la Boquería, en Barcelona, y lo hago lleno de inquietud. Tengo la impresión de que en este final de abril gris, desabrido y lluvioso ha comenzado la tan temida invasión extraterrestre. Y que una de sus cabezas de puente está justamente en Barcelona. A esa conclusión hemos de llegar viendo a la marea de supuestos turistas extranjeros que abarrotan la Boquería. ¿Cómo explicar si no su tan extraño comportamiento? Se dedican a fotografiar como posesos a las pescadillas, a los embutidos y aún a las naranjas? Es como si no hubiesen visto nada igual en su vida.

A partir de tan extraño comportamiento, hemos de colegir que son extraterrestres camuflados de norteuropeos u orientales. Si no fuesen alienígenas habríamos de colegir que hay cierto rasgo anómalo en la humanidad que nos hace ver como exóticos los elementos cotidianos en los que no nos fijamos cuando estamos en casa. Una merluza o un boquerón solo puede ser motivo de pasmo para un ser vivo ajeno a este planeta. ¿Es posible que los humanos sean así de catetos?

Ahí los tienen, les capté hace un momento afluyendo en riada a la Boquería. Como diría Lovecraft, he ahí el testimonio de la impía verdad, la innombrable e innominada realidad: O los humanos somos tarugos como somos mamíferos, o los marcianos ya están aquí y vienen a por nuestros jamones. Ustedes deciden qué opción es la correcta.

Quioscos y telediarios

sacamuelasHay quienes dicen que todo está en constante evolución a mejor. Que la flecha del progreso siempre apunta hacia el futuro. No comparto esa visión y me apoyo tanto en la simple lectura de la historia humana como en la experiencia, tanto en las grandes cosas como en los pequeños detalles. Eso no quiere decir que opine lo contrario, eso es tan absurdo. Pero no siempre las situaciones se modifican para mejor.

A veces incluso se repiten. En ocasiones uno se da cuenta y en ocasiones no. Recuerdo cuando los quioscos de prensa no eran como ahora. Hubo un tiempo, cuando yo era un niño, en que eran sobre todo eso: despachos de papel impreso. Ahí se vendían periódicos, revistas, fascículos, novelitas del oeste, ciencia-ficción y misterio, tebeos, etc. Cierto es que también vendían tabaco, chucherías y menudencias diversas. Pero ese negociete adicional no quita para lo que he dicho. Los quioscos vendían letras diversas.

Ahora ya hace mucho que no es así. El proceso ha sido tan largo que no nos hemos dado cuenta de hasta qué punto han cambiado los quioscos. Solo es posible si hacemos memoria a aquellos tiempos de las décadas de los 60, 70, incluso 80. Ahora los quioscos son una suerte de estrambóticos bazares donde uno ve expuestos toda clase de objetos. La cosa empezó con los coleccionables semanales de cochecitos, llaveros, figuritas, y siguió con los regalos de los periódicos: que si tazas, que si el chubasquero de tu equipo, que si una tablet por tantos euros y cupones… lo que hiciese falta con tal de apuntalar un negocio en declive.

Digo esto porque esa circunstancia se me vino ayer a la cabeza viendo un telediario. Supongo que no soy el único que se ha dado cuenta de que los telediarios españoles han pasado, con mucha más rapidez que los quioscos en su día, a convertirse en auténticos telebazares con los otrora tan serios presentadores convertidos en verdaderos comerciales.

Las presentadoras te endilgan entre a la cola de una noticia un seguro, sin transición alguna. Las chicas del tiempo te venden de todo. Y entre tumultos en Grecia y bombas en Afganistán te cuelan con un par la superproducción cinematográfica de la casa o la última serie prime time que ha adquirido la cadena.

Sí, es curiosa esa evolución paralela. Aunque creo que es injusto comparar a los telediarios con los quioscos. O más bien a los quioscos con los telediarios. Más bien lo que estos últimos son es una suerte de barberías a la vieja usanza. También ahí vendían de todo y los presentadores de hoy en día son una suerte de barberos-sacamuelas que lo mismo te cuentan las últimas noticias –sin recatarse de mezclar verdad con chisme- que te endosan un linimento para darte friegas en los lomos.

Evolución es, de eso no cabe duda. Pero positiva, lo que se dice positiva, al menos yo no la veo.

Una lanza por lo público

Verán. Esta mañana me han operado de ambos pies. Los detalles me los guardo que son míos y para compartir con los cercanos, compréndanlo, la exhibición ha de hacerse en lo justo. El caso es que ya estoy en casa sin grandes dolores. Pero no les voy a hablar de mis averías, ITVs ni reparaciones. Sí de que entré a las diez y a las cuatro estaba en casa. Cierto que hube de esperar un par de horas pero bueno, a veces las cosas se complican y la operación previa a la que iba antes que la mía se alargó. Pero no debemos desear que a la gente no se la trate como se debe solo por aligerar lo nuestro, ¿verdad?

De lo que quiero hablar es de que nos hemos operado en batería gente que se veía, pese a los pijamas, de los orígenes y extracciones más diversas. Y todos hemos ido entrando por nuestro turno, siendo operados, y fuera, porque era hospital de día, que la gente no queda ingresada. Y estando allí esperando y luego aguardando el alta el tiempo que marca el protocolo de prudencia me dio en pensar en eso.

Pueden tener más o menos medios, más o menos personal, dar mejor o peor comidas y tener que lidiar con gente más cordial o más seca. Pero al final, la gran maravilla de lo público es, por lo pobre o por lo rico, la igualdad. La igualdad que como tantas cosas no apreciamos cuando lo tenemos. Y no se aplica solo a la Sanidad. Tiene que ver también por ejemplo con la Educación y otras tantas áreas más. Todo se resume en una frase. El Estado y lo estatal han de dar un retorno no económico sino social. Tratan igual, en el quirófano o en el aula, al hijo de Agamenón que al hijo de su Porquero. En eso se resume la igualdad. Y la igualdad, amigos, no se puede concertar. Recuerden, sea el hijo de Agamenón o el hijo de su Porquero, las administraciones públicas tienen que darles las mismas oportunidades de prosperar, sanar, cultivarse…

Pasamos página

El locoHace años, cuando abrí este blog, comenté que quería dedicarlo a lo personal, obviando otros aspectos más públicos de mi actividad. Quizá entonces eso tenía sentido, pero no lo tiene ya. No porque yo no haya intentado respetar mi decisión, sino porque la técnica se impone. Ahora estamos en la era de la Redes Sociales y es imposible compartimentar. No me quejo, ojo. Señalo un hecho. Me parecen absurdos esos que pretenden sacar provecho de las nuevas situaciones sin pagar su precio. Aquí se compran packs.

Esto viene a cuento de que en más de un lugar aparece mi militancia en UPyD. Es cierto que estuve desde un comienzo o aun antes, porque participé en la Plataforma PRO que fue la lanzadera de tal partido. Y durante cinco años he militado en ese partido. Un hecho que está registrado en diferentes páginas web, Wikipedia incluida.

Puesto que eso es así, procede que en mi propio blog anuncie que he abandonado el partido. Así no queda lugar para la ambigüedad o las dobles lecturas. Me he ido porque desde hace un tiempo ciertas posturas políticas defendidas por UPyD me resultan no sólo ajenas sino contrarias a mis ideales. Por supuesto que creo en aquellas ideas base que me llevaron a unirme al proyecto: reforma de la ley electoral, estado laico, separación de poderes, etcétera. Pero no comparto en absoluto la forma en la que se ha ido materializando la defensa supuesta de tales postulados, ni algunas de las propuestas concretas.

Por suerte, un partido político no es una religión. No es necesario comulgar con todos los dogmas de fe para ser parte del mismo. Pero cuando la divergencia es demasiada tienes que asumir que estás fuera. Esto sea dicho sin doble intención. Lo mismo que defiendo mis ideas respeto las ajenas. Sin el respeto a la discrepancia y a formas de pensar distintas, la democracia se convierte en una paz armada entre facciosos que solo esperan una oportunidad para imponer su propia ley.

Si a esa divergencia en política le unimos ciertas manifestaciones en público más que desafortunadas y que trasmiten una imagen nada positiva a la ciudadanía, el desencuentro por mi parte está servido. La imagen y las formas, nos guste o no, son muy importantes en estos días: son la tarjeta de presentación ante la ciudadanía.

Lo que importa para mí, claro, es que ha llegado la hora de pasar página. Y de hacerlo sin dar portazos absurdos. Dejo buenos amigos ahí dentro, también gente a la que respeto. A esos les deseo próspero camino en lo personal. A la organización como tal le deseo que tenga lo que sepa ganar. Y que sea capaz de ayudar a salir del atolladero a nuestro desdichado país.

Y a todos, en general y como cuerpo social, suerte y tino para ir adelante en esta malhadada situación.

Ahí, ¡que no falte!

Arrancamos un año lleno de nubarrones. Caminaba yo por la calle Sagasta ayer -un día gélido y gris donde los haya, acorde con la época. Y me encontré con ese anuncio. ¡Así se hace! Sin rendirse. Porque cantaba el gran Carlos Cano en «Murga de los currelantes», hace ya años y años, una retahila de deseos para nuestro país (insisto en que hace años). Pedía que:

2013-01-09 10.21.23sacabe el paro y haiga trabajo
escuela gratis, medicina y hospital
pan y alegría nunca nos falten
que vuelvan pronto los emigrantes
haiga cultura y prosperidad

¡Ay!, en lo que nos hemos quedado. Hay más paro que nunca y cada vez menos trabajo y de peor calidad. La escuela pública nos la están demoliendo. La medicina y el hospital ni te cuento. Se nos va la gente en una nueva ola emigrante, no hay cultura ni prosperidad. Nos falta el pan y, al menos, los hay quienes tratan de aguantar la alegría. Alegría a golpe de chanza, que es una de las justicias de los desvalidos, cuando las hacen como en este caso a costa de uno de los principales culpables de esta situación en la que nos vemos sumidos.

Última Roma. Pionera en Bookteasers

Ahora que empezamos la promoción de la novela Última Roma, en las fases previas al lanzamiento, previsto para el 5 de noviembre, nos hemos atrevido a lanzar un teaser de la novela. Pero un teaser de verdad, no un booktrailer soltado antes de la edición. Esto es nada común o inexistente, al menos en España, y no parece haber tampoco gran cosa fuera de ella. Me explico:

Un trailer es más explicativo, más largo, introduce al espectador/lector en la obra, aunque no hace falta destriparla, claro. Un teaser es breve y no busca contar nada sino despertar la atención de ese espectador/lector. La idea de lanzar algo así ha sido, claro, de Pedro Luis Barbero, que se ha ocupado de todo el área audiovisual de este Proyecto Última Roma. Porque hay un «Proyecto Última Roma» y tiene toda un área audiovisual. Pero para la explicación del proyecto, que es una sorpresa que esperamos resulte muy grata, tendréis que esperar a la semana que viene.

Entre tanto, aquí tenéis el teaser. Bookteaser, algo en lo que, como en otros campos -como la semana que viene comprobaréis-, nos podemos considerar pioneros con Última Roma. Pioneros en el sentido de los primeros en explorar sus posibilidades reales.

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